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jueves, 25 de diciembre de 2014

Teníamos una cita semanal con nuestro amigo. El precio de verlo era tomarte un simple café con leche en un bar. Él nos contaba maravillosas historias de nuestro ciclismo, crónicas de todas las categorías, marchas cicloturistas, BMX, descensos, bike trial con el afamado Ot Pi que lo ganaba todo en aquella época, y de una rama del ciclismo que llegaba, pero que para los de carretera, lo veíamos muy lejos de practicar, el BTT o Mountain Bike.

Nos citábamos primero con El Ciclista y luego más tarde llegaba el Meta 2 Mil. Pero como todo en la vida, lo importante nunca muere, si no se le olvida, y yo los recuerdos.

Entre destacadas opiniones, estaba la de su director en ambas, la de Chema Rodríguez, un periodista que hablaba muy claro sobre los males que tenían y sigue teniendo el ciclismo.

En este año 2014 que se nos escapa, como decía el poeta, como el agua entre los dedos, le quiero dedicar este recuerdo, con uno de los artículos del periodista valenciano:

EL CICLISTA (30 de julio de 1985)

El otro día, en Villafranca, siguiendo a los ciclistas, con tiempo y posibilidades de parar, verles pasar y rebasarles antes de meta, nos detuvimos en la subida a Urraki, en la primera pasada, cuando todavía las piernas están como hinchadas y no han roto a sudar por el poro cerrado. Y descubrimos casi con sorpresa el ruido de los rodamientos, la cadena sobre el piñón, el tubular sobre el calcinado asfalto y el jadeo entrecortado de los corredores, que iban cortándose en grupitos, con la mirada puesta en la rueda delantera, algo extraviada, y la frente fruncida en un claro gesto de sufrimiento. Volvimos a descubrir –vaya tontería– que los ciclistas sufren. Que bajo la brillante y policroma lycra de sus vestimentas y estilizadas bicicletas de ocho kilos y medio, el ciclista sigue sufriendo como siempre.

Verlos pasar, así tan de cerca, nosotros que siempre vamos con los coches por delante –o por detrás–, atentos a la voz mecánica de radio vuelta, nos devolvía de nuevo a la realidad del ciclismo. Y todo cambia. Vuelves a sentir admiración, y pena, y alegría, y sorpresa, y comprensión. Se te ablanda la pluma y reprimes en cualquier caso la tendencia del enjuiciamiento ligero y relativo de las clasificaciones.

Ver cómo, tras aguantar a punta de sillín y de fuerzas, el cuerpo se rinde y queda rezagado rápidamente de un grupo en el que hasta ese momento había sido pieza compacta y relativamente indisoluble. Cómo, tras una buena porción de kilómetros, se subían a los coches, camino del hotel, tras haber hecho un gasto de energía sin compensación. O contemplar el empecinamiento del que no quiere rendirse a la evidencia y sigue su pedaleo solitario a tantos minutos de los primeros, por el simple deseo de terminar la carrera… Ver todo eso, volver a refrescar la mente con todas esas imágenes, era más positivo que enterarse del equipo al que cada uno iba a ir a parar el año próximo. Al fin y al cabo, qué más da que vistan una camiseta u otra, cuando el valor, el auténtico valor, está debajo de los anagramas, de las camisetas, de la gorra e incluso del contrato.

Intrínsecamente, nada ha cambiado en la competición. Los tiempos heroicos que no volverán, serán éstos dentro de veinte años. Todo es cuestión de tiempo, de leyenda, de mitología. La óptica desvirtuadora del tiempo, que lo engrandece todo, cuando todo sigue siendo igual. Los Gastón, Pino, Mujika, Rupérez, Recio, Belda, Chizabas… con bicicletas toscas, tubulares cruzados a la espalda,sin control de avituallamiento y sin rueda de repuesto presta a ser cambiada, serían como los Ezquerra, Cañardo, Cardona, Bernardo Ruiz, Loroño y Bahamontes. No son más blandos éstos que aquéllos. Son los mismos ciclistas, con distintos medios. Pero son los mismos medios para todos. Y cuando la rodilla comienza a doblarse, los músculos a doler y el aire a faltar, las bicicletas ya no pesan ocho kilos y medio, la lycra también se hace grande y se desboca y los camales de los ‘culottes’ se acampanan.

La boca reseca tiene la misma espuma, el refresco se engulle ávidamente y el sudor –el fuerte sudor del ciclista– sigue siendo el mismo de siempre. Por dentro, el ciclista sigue siendo el mismo, aunque por fuera la comodidad y la atención de los masajistas y de los directores puedan ofrecer otra imagen.
Ahora, que por razón del mes estamos enfrascados en el tema del destino de cada uno de los ciclistas en la próxima temporada –cosa que será notoria e inevitable en su día–, es conveniente pararse en un puerto caliente a ver pasar y oír a los ciclistas. Es una sintonía preciosa de crepitar de goma sobre el asfalto y de rodamientos engrasados. Es un concierto de alientos entrecortados, soplidos, escupitajos y maldiciones. Hacía tiempo que no presenciábamos de cerca, como un aficionado de a pie, de los que se tiraron tres horas bajo 40 grados de sol en las cunetas de Mandubia y Urraki, el paso de los ciclistas. U es algo que debemos hacer –los que escribimos de ellos– con más asiduidad. Sólo sea para recuperar el respeto y la admiración que es obligado sentir por los corredores.

En la meta no nos hizo falta preguntar si había sido dura la carrera. Era evidente que sí. Ni a qué equipo iban a ir a parar el próximo año. Al fin y al cabo, qué importancia tiene el color de las camisetas.

Jueves, 25 de Diciembre de 2014