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sábado, 22 de diciembre de 2007

El QUE LO DIO TODO PARA SER PERDONADO

Verdaderamente no era un hombre corriente nuestro François Faber. Primero sobre su bicicleta, en donde su "carcasa" excepcional y su corazón de león le permitieron conseguir un buen número de estupendas victorias: Giro de Lombardía (1908), París- Bruselas (1909), París- Tours (1909 y 1910), Bordeaux- París (1911), París- Roubaix (1913), con la media asombrosa para la época de 35,333 km/h y que no sería mejorada hasta diez años más tarde por el belga Gastón Rebry; Tour de Francia (1909), en donde se llevó seis etapas, cinco de ellas consecutivas.

En su vida, Faber también salía fuera de la norma. Su criterio de conducta se basaba en una pauta inventada por él, y en la que debieran inspirarse los actuales sindicalistas del ciclismo:"Nosotros los ciclistas- solía decir- somos a la vez deportistas y obreros de la bicicleta. Es decir que ya no nos contentamos con practicar el ciclismo por amor al deporte, sino que éste es nuestro oficio. Y lo uno no impide lo otro".

Obrero, François, lo había sido, y en los oficios más rudos, allí en donde su estatura de coloso y sus músculos fuera de lo común (¡pesaba cerca de 100 kg.!) eran más aprovechables. El sabía muy bien que cuando acabase su carrera deportiva no sería más que un recuerdo, que otros ocuparían su lugar en el corazón de los aficionados, y que se vería completamente solo para cubrir las necesidades de su familia.

Este sentido común afloró a la superficie en una conferencia de prensa que dio en el hotel Brosius, de Luxemburgo, a invitación del Ministerio de Deportes del Gran Ducado, en 1913. Para una vez que tuvo ocasión de hablar, no la echó en saco roto. Y lo asombroso es que sus declaraciones no causaron escándalo, sino que incluso fueron editadas en Agosto de 1924, con la ocasión de un placa commemorativa en su memoria, pagada por suscripción popular y erigida en el Parque de los Deportes Bel- Air, en Luxemburgo.

Lo que François quería es que el campeón ciclista fuera tratado como un hombre normal y corriente, una persona nacida del pueblo que sabía guardar las distancias, y que, por amar la bicicleta, no era menos que aquellos que se enriquecían con el esfuerzo de "Los Gigantes de la Ruta".

Son abundantes las anécdotas que definen a este personaje tan próximo a la mitología del buen gigante. Nos quedaremos con aquellas relatadas por algunos de sus más prestigiosos rivales, que no dejaban de señalar el hecho de que François no tolerase ganar una carrera por un accidente o avería de sus competidores. El se paraba para ayudar a cualquier ciclista infortunado a reparar su máquina, sabía compartir su bolsa de avituallamiento- siempre grande y bien provista- y, más sorprendente todavía , no se le caían los anillos por ir por los albergues en busca de comida para sus compañeros "atacados"por la pájara. Luego, como mamá gallina con sus polluelos, desandaba el camino y socorría a los hambrientos... Realizó estas "misiones de salvamento" en dos de las etapas más decisivas del Tour, y lo curioso del caso es que en ambas logró la victoria.

En 1906 y 1907 se le consideraba como un corredor francés. En 1909, la multitud de hinchas del ciclismo (masiva si la juzgamos por la tirada del periódico organizador, L'Auto, que vendía más de seiscientos mil ejemplares durante el Tour de Francia) se enteró que Faber era oriundo del Gran Ducado, y que rehusó nacionalizarse francés en su mayoría de edad.

A decir verdad, él se vio tan sorprendido como el público, y encontró "muy divertido" volver por vez primera a su país después de su éxito. ¡Era Luxemburgués y lo seguiría siendo! Eso le libró de la movilización general en Agosto de 1914. Algo intolerable para el clima de la época, que le obligó a alistarse en la Legión Extranjera.

Cayó "muerto por Francia", según la formula acuñada, aquella que no explica ni justifica absolutamente nada, el 9 de Mayo de 1915 en un lugar llamado Granja Bonneval, en la comuna de Carency.

En 1976, sesenta y un año más tarde, se colocó una placa commemorativa en su memoria sobre un muro de la Capilla de Nuestra Señora de Loreto, en Vimy, entre Arras y Douai. Era un hombre, en el mejor sentido de la palabra, y hicieron de él un héroe. Un héroe que fue padre cuatro días antes de su trágica muerte. Un hombre que había prometido incluir en el ajuar de su retoño "una muchachita de acero", apelación que prefería a la entonces más en boga "pequeña reina".

Un retoño del que no se sabe si fue niño o niña, y a quien François hubiese querido dar una infancia distinta a la que él conoció. Pero la guerra, como bien dice la canción: "se ríe de las promesas de amor".